jueves, 17 de diciembre de 2015

Relato Diego Gabbana (Parte 1,2,3,4) - Alessandra Neymar

Relato Diego Gabbana Parte 1


Este capítulo forma parte de una serie de inéditos que relatan la perspectiva de Diego Gabbana a partir de los sucesos acontecidos en Colapso y Desafío. Si cómo lector todavía nos has llegado a la entrega mencionada, abstente de leer para evitar spoilers.
Escena relacionada con la tercera entrega de la saga BCPR: Colapso.



Parte 1



—¿Continuas sin poder dormir? —La voz de Enrico me inundó con un escalofrío.
Segundos después, me sobrevino un latigazo en la parte baja de la espalda que reclamó algo más atrevido que una simple conversación. Disimulé mi reacción mirándole de reojo.
—Sabes que mientras tú estés en el edificio es imposible. —Debería haberme contenido al decir aquello, pero Enrico sabía tan bien como yo que eso era imposible.
—Diego… —susurró él acercándose a mí con lentitud timorata.
Me gustó demasiado la forma en la que el cinturón le marcaba la cadera. Y apreté los dientes.
—No estoy enamorado de ti, Enrico —mascullé mirando al frente—. Puedes estar tranquilo. —Porque solo era un incomprensible deseo sexual, nada más.
Atardecía. Hacía frío. Y las luces del barrio de Trevi brillaban más que nunca.
Poco a poco, Enrico apoyó los brazos en la barandilla de la terraza. Fumaba cuando miró de reojo el vaso de Bourbon medio vacío que tenía entre las manos. Seguramente a él le inquietó que estuviera bebiendo, pero a mí me inquietaba tenerlo tan cerca.
Si hubiera tomado una copa de más probablemente le habría obligado a besarme. No me importaría que no lo deseara, le habría acorralado contra la pared y habría saciado todos los deseos que su cuerpo me producía. Aunque después me odiara por ello. ¿Qué más daba…? Solo era sexo, no necesitaba su cariño.
—Sí lo estuvieras, no lo temería —repuso Enrico, empleando ese maldito tono de voz tan suave y ronco—. Simplemente sería un sentimiento que no podría corresponder.
Eso ya lo sabía. Pero ni siquiera yo era capaz de contener ninguno de mis pensamientos o deseos. Simplemente hervían en mí desquiciando todo a su paso. Me desafiaban, y Enrico era el único consciente de ello.
¿Cómo lo descubrió? Ni yo mismo recuerdo ese día. Quizás se remontaba al momento en que miré a mi novia, Michela Rossini, y ya no sentí nada para ella.
—Me molesta que seas tan gentil —resoplé robándole el cigarro de entre los dedos. Un simple roce me hizo pensar en sus manos sobre mi piel—. Me dispara todas las alertas. —Volví a apretar los dientes, esta vez hasta provocarme dolor.
No, no quería a ese hombre. Solo que mi cuerpo se empeñaba en él de una forma visceral.
—Sigues sin ser capaz de discernir entre lo que sientes y lo que crees que necesitas.
<<Vete a la mierda, Enrico…>> Pensé clavándole una mirada furibunda. Como siempre ese maldito tipo descifraba a las personas con solo mirarlas.
—¿Qué crees tú que necesito, Materazzi? —Probablemente pararme a pensar en si quería pasar el resto de mi vida con un hombre o con una mujer.
—No lo sé… —Maldita sea, ¿por qué tuvo que susurrar? —. Pero eres tú quien debe descubrirlo. De todas las maneras yo seguiré estando a tú lado.
Sonreí desganado mientras agachaba la cabeza. Justo en ese momento, me sobrevino una emoción mucho más grande que la excitación que sentía.
Cristianno y el rumor tácito sobre la posible vinculación de Enrico con su asesinato.
—¿Tuviste algo que ver con la muerte de mi hermano? —pregunté de pronto, sin saber muy bien por qué demonios empleaba un tono acusativo. Yo ya sabía que Enrico era incapaz de herir a Cristianno. Pero Valerio no dejaba de insinuarlo y eso me perturbaba demasiado.
Conforme se incorporó, sus hombros adquirieron esa entereza que siempre le acompañaba.
—¿Tu qué crees? —Torció el gesto. Y me acerqué a él más pendiente de su boca que de sus ojos azules.
El hielo tintineó en el vaso.
—Que eres capaz de cualquier cosa —gemí al tiempo en que él hacía una mueca con los labios.
—Supongo que eso responde a tus dudas, Diego. —Enrico soportó mi cercanía aun sabiendo lo que esta me provocaba.
—Di mejor que no te importa mentirme…
—No me importa mentirte. —Otro susurró. Esta mucho más bajo y gutural—. Así como tampoco convertir esta conversación en un enfrentamiento.
Entrecerré los ojos y apreté la mano que me quedaba libre en un puño.
—Amenazas, en mi propia casa… —señalé acercándome a su oído. Ahora sería yo quien susurrara—. Me iré porque no me gustaría tener que enfrentarme al hombre al que quiero echarle un polvo. Pero si resulta que Valerio lleva razón, sabes muy bien lo que vendrá a continuación. —Le mataría… de la peor de las formas.
—¿Quién amenaza ahora? —Enrico no se acobardaba fácilmente.
Me alejé de él con la sensación de llevar un peso desmedido sobre mis espaldas. Apenas puse un pie en el interior del comedor cuando volví a escucharle hablar.
—Cuidado, Diego. No te ahogues en una de tus copas.
Me ahogaría, porque era lo único capaz de nublarme la vista y silenciar mi maldita cabeza.
—¿Te importaría?
—Sabes que sí.
—Deja que yo decida, hermano. —Ironía, dura e incisiva.
Aquella tarde, si Cristianno hubiera estado vivo, quizás no habría salido del edificio ni liberado mis perversiones entre las piernas de nadie.
No habría bebido hasta aborrecerme a mí mismo.
Y entonces, mi padre me llamó y dijo: “Si todavía eres capaz de mantener el equilibrio, regresa. Han estado a punto de matar a uno de los tuyos.”

                                                Parte 2


Siempre había pensado en Eric Albori como un bonito crío que se pasaba las tardes correteando detrás de Mauro y Cristianno o jugando a algún videojuego mientras se atiborraba de patatas fritas. Pero, como había sucedido con mi primo y mi hermano, él en algún momento también creció y poco a poco se iba convirtiendo en un hombre dentro de un mundo de mafia.
Ese había sido su objetivo. Burlando la seguridad que los Carusso habían llevado al restaurante Antica Pesa, se había plantado frente al condenado Angelo dispuesto a arrebatarle la vida y dejar la suya por el camino si fuera necesario. Por mucho que a mí me impresionara imaginarle en tal situación, no significaba que no fuera capaz.
Pero hubo algo que me sorprendió aún más. Aquella fue la primera vez que mirarle hizo que olvidara todo lo demás.
Terminé de cerrar la puerta y me acerqué sigiloso a Mauro sin apartar la vista del cuerpo herido de Eric. Este dormía inquieto ajeno a que la piel que forraba sus costillas estaba amoratada y a que mi respiración se alteró al descubrirlo.
Tomé asiento al lado de mi primo y me crucé de piernas al tiempo en que me llevaba un nudillo a la boca. Lo mordisqueé intentando analizar porque mi fuero interno se sentía tan inestable y al mismo tiempo tan apacible con solo observar al pequeño de los Albori. No era la primera vez que me sucedía, lo había experimentado varias veces en los últimos meses. Pero esa extrañeza crecía.
Entrecerré los ojos y me mantuve erguido. No era una postura cómoda, pero me dio igual porque estaba mucho más concentrado en la falsa debilidad que desprendía Eric en aquel momento que en cualquier de los reclamos que pudiera darme mi cuerpo. Puede que mi mente se empeñara en hacerme creer que era un simple adolescente, pero algo de mí insistía en lo contrario. Fui asquerosamente consciente del cambio irreversible que se estaba dando en mi interior.
—Has vuelto a beber… —admitió Mauro. De seguro toda la cantidad de alcohol que albergaba mi cuerpo había acariciado sus fosas nasales.
Me mantuve inmóvil impertérrito. Si me permitía expresar algo, Mauro no tardaría en rememorar mis problemas con la bebida en el pasado y en sacar a relucir lo mucho que la presencia de Michela alteró mi vida. Esa maldita etapa de mi existencia fue el inicio de mis indecisiones como hombre. Porque jamás experimenté placer.
—¿Quieres que hablemos de mis problemas con la bebida, Mauro? —espeté, lento. Evitando que él notara mi embriaguez.
Supe que no lo conseguí al percibir sus miradas de soslayo.
—Creía que lo habías dejado… —murmuró con la vista al frente.
Eric contuvo el aliento unos segundos y después lo soltó con reserva. No parecía cómodo en su letargo.
<<¿Qué estás soñando, Eric…?>>
—Lo dejé… —mencioné—… y después mi hermano pequeño murió.
Apreté los ojos ignorando la reacción de mi primo.
—Eso no le traerá de vuelta —masculló. Y yo no pude resistirlo más. Di un golpe en el sillón, me enderecé de golpe y le clavé una mirada dura.
—No me des lecciones. —Le gruñí y después comenzó aquel retorcido enfrentamiento silencioso al que Mauro decidió ponerle final esquivando mis miradas.
Volví a recostarme en el sofá y a fijar mi atención en Eric. No pude creer que al mirarle volviera a sentir la misma sensación. Me perdí en él… y en la posibilidad de compartir su lecho.
Negué con la cabeza.
—Esta tarde ha llegado Paola —murmuré tras unos minutos de silencio. Necesitaba mantener la mente en otra cosa.
—¿Sabe que mañana lo perderá todo? —Mauro disfrutó de sus palabras y me contagió, pero también me proporcionó confusión.
—¿Mañana? —Había algo que no me habían contado—. ¿No era el viernes?
—Ha habido un cambio de planes. —Mauro se decantó por emplear un tono de voz de disculpa.
—¿Y cuándo pensabas decirlo? —Volví a gruñir sin esperar que Eric despertara en ese momento.
Se movió muy despacio mientras su respiración se entrecortaba y yo caía en la fascinación. Tragué saliva, no esperé ponerme tan nervioso.
<<¿Qué demonios está pasando?>>
—¿Qué planes? —gimió Eric medio bostezando. Y entonces me miró. Lo que sucedió a continuación me dejó completamente noqueado: Eric empalideció y dejó que sus labios temblaran, los mismos que habían besado a Luca…—. ¿Qué planes? —repitió un poco más impaciente.
Mauro no quería hablar, pero supo que, aunque no lo hiciera, Eric insistiría.
—Mañana llega un cargamento destinado a los Carusso —comentó agotado.
—¿Qué cargamento? —continuó indagando.
—Wang Xiang.
Me olvidé de todo lo demás al contemplar las miradas que estaba enviándole a Mauro en el más profundo silencio. Asintió con la cabeza y tragó saliva como si fuera el sicario más experimentado. Se me contrajo el vientre.
—¿Qué tenéis pensado hacer? —preguntó, pero desvió sus ojos verdosos hacia mis manos. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba estrujándomelas.
Nos miramos con fijeza. Si en ese momento me hubieran preguntado qué puñetas sucedía, no habría sabido responder. Me consumió su mirada y despertó todos los malditos rincones de mi cuerpo llevándome al punto de enfurecerme conmigo mismo. Un niñato de diecisiete años no debería haber logrado algo así en mí. Ni mucho menos provocado que sintiera celos de todo aquel que había besado su boca.
Ese pensamiento ya lo había tenido con anterioridad, mucho antes de saber que Eric prefería la compañía masculina. Pero me consolaba pensar que eran paranoias mías y que él no le pertenecía a nadie. Además era menor de edad, joder. Ahora, viéndole sentado sobre la cama de mi primo, con el torso encorvado y aquella expresión a medio camino entre la sensualidad más exquisita y la plena autoridad, Eric se apoderaba…de mí.
¿Quizás él sentía el mismo caos que yo? ¿El mismo calor?

Parte 3

Yo fui quien veló por el sueño de Eric. Mauro había recibido una llamada advirtiéndole de problemas con Kathia y decidí sustituirle sin saber que aquel gesto convertiría esa noche en una condenada pesadilla.
—Puedes irte… Estoy bien. —Había farfullado Eric, dándome la espalda. Estaba nervioso.
Seguramente se escondía de mis miradas, pero aquel gesto dejó su espalda desnuda a la vista y provocó que me costara mucho más quitarle ojo de encima.
—Cállate y duerme —le protesté.
Pero Eric, como de costumbre, no obedeció. Su voz volvió a surgir pasados unos minutos.
—Diego… —Ese modo de decir mi nombre… Como si estuviera dándole el mayor de los placeres.
—¿Qué? —gruñí.
—Le echo de menos… —Cristianno.
Apreté los ojos y los dientes y me aferré a los brazos de aquel sofá deseando que el suelo me engullera y me llevara allá donde estuviera mi hermano.
Tragué saliva, me levanté de mi asiento y me dirigí a la cama acatando mis impulsos. Capturé la sábana y cubrí el torso de Eric al tiempo en que me sentaba al filo. Me traicionaron mis manos y me enloqueció la respuesta que tuvo su piel bajo la yema de mis dedos cuando decidieron acariciarla. Se estremeció proporcionándome una sensación de debilidad absoluta.
—Yo también —le susurré al oído—. Duerme, por favor. —Pero de algún modo deseé que se diera la vuelta y me… abrazara.
Después de eso, no pude hacer otra cosa más que observarle dormir.
De vez en cuando, temblaba.
Y ese temblor dio paso a la tensión. A la mañana siguiente, cuando subió a mi coche después de ofrecerme a llevarle a su casa, Eric contuvo el aliento y se obligó a mirar al frente mientras fingía no querer clavarse las uñas en los muslos. Yo no actué diferente, pero mi cuerpo esperaba que pasara algo. Tal vez una mirada de reojo o alguna reacción… ¡¿Qué demonios?! ¡Era un crío! ¡Y yo ni siquiera sabía qué coño me estaba pasando, joder!
Detuve el coche frente a su edificio en la viale dei Parioli. Tuve que hacer malabarismos para que Eric no notara que estaba muy cerca de comenzar a hiperventilar como un imbécil. Pero lo que si vio fue como apreté el volante durante el trayecto, porque le interesaba mucho más mirar mis manos que mirarme a mí. Maldita sea.
—¿Te dolió? —Se supone que debería haberme despedido de él y no haberle lanzado una pregunta como aquella.
Eric frunció el ceño. Al fin pude sentir sus ojos conectando con los míos, pero no lo hicieron como esperaba. Titilaban y, aunque me gustó muchísimo descubrir que yo se lo había provocado, me dolió darme cuenta de lo cerca que estaba de dañarle.
—¿A qué te refieres? —preguntó precavido, dejando su boca entreabierta.
—Luca —murmuré y su reacción dijo todo lo demás. Empalideció lentamente e incluso tuvo un espasmo.
—Preferiría no hablar del tema. —Y yo habría preferido permanecer callado.
—¿Por qué? —Fui inquisitivo y un capullo.
—Porque me hiere —gruñó él, con furia. Aquellas tres sencillas palabras se me clavaron una a una en el pecho.
Luca le había hecho daño… No le importó tener al mejor de los compañeros a su lado. Ese hijo de puta malgastó algo por lo que yo empezaba a suspirar. Había visto crecer a ese chico, había dormido en mi casa cientos de veces.
¿Por qué ahora? ¿Por qué ya no le veía como a un hermano?
—¿Cómo lo supiste? —continué. Volvía a insistir en preguntas de las que no quería escuchar respuesta.
Si se enfadaba, llevaría razón. Pero Eric lo soportó, suspiró y cerró los ojos buscando paciencia en sí mismo.
—Diego, no quiero hablar de…
—¿Cómo supiste que estabas enamorado de él? —le interrumpí insistiendo en su dolor como el buen cabrón que era.
—¡No lo supe porque no lo estaba! —Gritó y golpeó el salpicadero. De la comisura de sus ojos colgaba unas lágrimas que no dejaría escapar—. Si lo hubiera estado ahora mismo no albergaría rabia sino dolor. ¿Responde eso a tu pregunta?
¿Sí? ¿No? Qué más daba. Lo único que me importó en ese momento fue que me miraba a mí y no a su maldito novio. Era yo quien se reflejaba en sus pupilas.
Eric quiso irse. No diría ni haría nada más, simplemente huiría de mi lado sin más. No me atacaría, ni me reprocharía. Probablemente olvidaría que alguna vez Diego Gabbana, el hermano de su mejor amigo, le obligó a dar voz a un sentimiento que tenía escondido en lo más recóndito de su alma.
Pero no quería ser solo eso. Mi cuerpo exigía más de él, aunque me conllevara consecuencias. Cada minuto que pasaba… más fuerte se hacía.
Le detuve. Capturé su brazo e impedí que abandonara el coche sin esperar que nuestras caras quedaran tan terriblemente cerca.
—¿Qué se siente, Eric? —siseé al tiempo en que él contenía un silencioso jadeo.
No entendió mi pregunta. No supo que responder. Y supe que a mí me habría pasado lo mismo de haber estado en su lugar, porque ni yo mismo entendía bien lo que quería conseguir de él en ese momento.
Lo intimidé, lo vi en sus ojos. Y la forma de su boca en ese instante me hizo débil.
—¿Vas a soltarme? —murmuró y cometió el error de mirar mis labios.
Un beso… Besarle quizás habría terminado con aquella tormenta porque me habría hecho recapacitar.
—Podrías hacerlo tú mismo si quisieras. —Pero no se soltó, sino que cerró los ojos y liberó el aliento dejando que acariciara mi barbilla. Me acerqué un poco más… Solo un poco más, reduciendo a un estúpido centímetro la distancia que nos separaba.
Eric tembló y entonces me alejé de él.
—Gracias por traerme… —dijo antes de salir. Le vi entrar en el edificio arrastrando los pies.
—Joder… —me golpeé la cabeza contra el volante.
Debería haberle besado… Quería besarle.

Parte 4


Nunca antes llevar a cabo mi trabajo me supuso tal carga. No mezclaba mis emociones cuando se trataba de actuar como el mafioso que era, pero Eric participó en el ataque a los Mirelli en el puerto y absolutamente todos mis sentidos estaban puestos en él y en el extraño embrujo de sus movimientos.
El procedimiento salió como estaba planeado. Tomamos el embarcadero, Enrico hizo su magistral parte del trabajo y nosotros capturamos a Wang antes de que el cargamento estallara. En apenas unos minutos, uno de nuestros enemigos se convirtió en pasto de las llamas. Pero durante el proceso, Eric me miró y después le atacaron. Le robé la vida a su agresor sabiendo que él observaba toda la saña que desprendió mi cuerpo al matarle.
Recuerdo que después le cogí con furia y le zarandeé pensando que si estaba entre mis brazos jamás debería sentir miedo de nada. Pero recapacité y Mauro lo vio todo.
“No le hagas daño, Diego…” Esas fueron sus palabras, a las cuales respondí con cierta rabia. Odié que él se hubiera dado cuenta de lo que sucedía antes que yo.
“No sé cómo gestionarlo” Le dije y enseguida me arrepentí de admitirlo.
Apenas habían pasado dos días y continuaba con la sensación de aquella mirada verdosa hirviéndome bajo la piel. Quería verle y llevar a cabo mis pruebas para determinar si estaba enfermo o simplemente era una emoción que lentamente se desarrollaba en mi interior. Pero tras decenas de horas recapacité y me di cuenta de que Eric no tenía culpa de lo corrompida que estaba mi mente. Me sentía un traidor. ¿Cómo podía pensar en el amor cuando mi familia se rompía?
Lo mejor era esquivarle, evitar su cercanía. Aquel chico despertaba en mí unos instintos mucho más grandes que el simple deseo de llevarle a la cama, y no quería que formaran parte de mí. No tenía nada que darle, no podría hacerle feliz.
Con todo, creyéndome con las ideas más o menos claras, no era suficiente. No podía acallar esa necesidad que me despertaba. Así que aquella noche decidí salir y evadirme como hasta ahora había hecho: alcohol y quizás sexo a quemarropa.
Me puse la chaqueta, ajusté el arma en la cinturilla de mis vaqueros y me dirigí a la puerta sin saber que tras la madera aparecería su rostro. Eric mostraba un aspecto bastante pueril dentro de aquel anorak, pero cometí el error de contemplar sus hombros y la caída desgarbada de su torso. Desprendía una sensualidad cándida que deseé depravar con todas mis fuerzas.
Apreté los puños y pestañeé con calma. No me gustó que su mirada confiara en mí en ese momento. No debía fiarse…
—¿Te marchabas? —preguntó obligándome a retroceder con pasos cortos. Terminó de entrar en el vestíbulo de mi casa y cerró  la puerta tras de sí.
—Así es. —Dudé. Y también tuve un escalofrío.
Eric se guardó las manos en los enormes bolsillos de su anorak y se encogió de hombros.
<<Para, Eric. Lárgate de aquí. >> Pero era obstinado, no se iría.
—Si vas a beber, ¿por qué no lo haces conmigo? —Si no hubiera dejado que su voz descendiera conforme hablaba, probablemente no me habría sentido tan vulnerable.
Torcí el gesto y entrecerré los ojos. No era bueno observarle e imaginármelo desnudo bajo mis manos, a mi meced.
—¿Qué podrías darme tú? —Casi gruñí.
Pero toda esa maldita frustración que sentía se evaporó en cuanto reconocí su lenguaje corporal; un Todo se paseó entre la distancia que nos separaba. Eric no lo diría, pero su cuerpo le traicionó. Él me necesitaba a mí de la misma forma en que yo me negaba a necesitarle a él.
Lentamente, timorato y cabizbajo, se acercó a mí y colocó una mano en mi pecho.
—No te vayas —susurró y lo hizo mirándome con prevención.
En ese instante, cualquier cosa que me hubiera pedido, se la habría dado. Cualquiera.
Acaricié su mano. No pensé demasiado en mis actos y supe que luego me arrepentiría, pero Eric ya había capturado mis dedos y me arrastraba hacia la biblioteca. Me dejé llevar por él, completamente cautivado.
Al entrar, me soltó, cerró la puerta y se acercó al mini bar. Mientras él cogía unos vasos, yo tomé asiento en uno de los taburetes que había en la barra. Me permití observarle con detenimiento aprovechando que estaba de espaldas. Su modo de vestir me estimuló más si cabía. Eric permitía que sus pantalones colgaran de sus caderas de un modo hechizante. Y la forma de sus piernas lo agradecía. Tenía ese estilo desenfadado y urbano que te invitaba a fantasear con la piel que se escondía bajo la tela.
Necesitaba una copa con máxima urgencia, doble al ser posible. Pero Eric optó por servirme un refresco. Habría reído por el gesto si no hubiera estado tan excitado.
Alcé las cejas, incrédulo, antes de pasar mi atención del contenido de aquel vaso a la expresión divertida del Albori.
<<Maldito crío. Para colmo tiene una sonrisa preciosa…>>
—¿Por qué has venido? —Quise saber empleando un tono algo tosco.
Eric tragó saliva mientras mi cabeza cavilaba sobre su presencia. ¿Qué le llevaba a estar allí si Cristianno había muerto…?
—¿Por qué me esquivas? —murmuró y yo agradecí que nos separa la barra de madera.
Sonreí al tiempo en que acariciaba el filo del vaso.
—¿Resulta que ahora tengo que darte explicaciones de mi vida o de la decisiones que tomo?
Eric se mordió el labio, nervioso, y agachó la cabeza.
—No era esa mi intención. —Era el momento de escucharle mandarme a la mierda, pero me equivoqué al pensar que actuaría así.  Me di cuenta de que en el fondo apenas le conocía. Que tantos años viéndole en el edificio y eventos no me habían bastado para saber qué clase de chico era.
<<Joder… >>
—Eric, vete —Me levanté de mi asiento—. En serio. —Esa vez fui amable. Y esa amabilidad impulsó a Eric a acercarse a mí.
Salió de detrás de la barra y olvidó respetar una distancia prudencial conmigo.
—No quiero —susurró. Miré su boca y la ligera humedad que acariciaba su labio inferior. Pensé en capturarlo entre mis dientes y saborearlo con la punta de mi lengua.
Apreté la mandíbula.
—Estoy muy corrompido… —Casi gemí. Mi intención fue ser cruel y sin embargo provoqué lo contrario.
Eric se acercó un poco más. Ya podía sentir su aliento acelerado impactando en mi mandíbula. Él esperaba… Me estaba dejando decidir qué hacer sin disimular los deseos que yo le proporcionaba.
Estuve a punto de caer…
—Si no te vas tú, me iré yo —mascullé aun concentrado en sus labios.
—No dejas alternativa… —dijo bajito—. ¿Realmente quieres que me vaya?
—Sí… —Cerró los ojos. Ninguno de los dos deseaba esa respuesta.
—Bien —asintió y prácticamente echó a correr.
Observé la puerta por la que había salido completamente abatido, me llevé las manos a la cabeza y tiré un poco del cabello. Sentía un extraño histerismo que estuve seguro no acallaría ni bebiéndome una destilería.
Me acerqué al mini bar, abrí una botella cualquiera y vertí su contenido en un vaso. Lo ingerí de un trago, ignorando lo cerca que estuve de atragantarme. Pero no fue suficiente.
Cogí ese vaso y la botella y me encerré en mi habitación. Me bebí un par de copas más antes de tumbarme en la cama y notar como me flameaba el cansancio. A esas horas debería haber estado en un bar, tal vez con alguna compañía y medio borracho. Sin embargo el maldito Eric Albori se había propuesto desquiciar mi vida mucho más de lo que ya estaba.
Estrujé la tela de mi jersey y la liberé con un profundo suspiró. Minutos después, incapaz de controlarme a mí mismo, deslicé mis dedos bajo el pantalón. Y cerré los ojos.
Imaginé que era él quien me tocaba.


Siguiente entrega 22 de diciembre.

Todos los derechos sobre el texto son exclusivos de la autora. 

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