Relato Diego Gabbana Parte 5
Parte 5
Canción: Jhené Aiko –
Wading
Todo se desmoronaba. Mi tío Fabio y Cristianno muertos,
Kathia atrapada, Sarah herida por proteger a mi madre, los Carusso poco a poco
más poderosos. Y yo… cayendo más y más profundo en aquel abismo.
Cuando vi aquel jet privado perderse en el horizonte pensé:
“¿cuánto tiempo estaré sin ver a mi madre?” Porque aquella era la primera
vez que mi familia se separaba sin un tiempo definido.
No había sido buen hijo. Era consciente de que los tormentos
que les había hecho pasar a mis padres les había puesto a prueba incontables
veces. Pero nunca habían dejado de confiar en mí, ni siquiera cuando más
perdido estaba. Jamás fui un chico cariñoso (supongo que ese aspecto
caracterizaba más a Valerio) y no esperaba serlo algún día, pero, aun sabiendo
eso, ellos nunca dejaron de proporcionarme amor. Aunque no lo dijera con
palabras, estaba enormemente agradecido de tener unos padres como ellos. Por
eso se hacía mucho más dura la situación.
¿Hasta dónde íbamos a llegar?
Me sentía frustrado, indignado. No encontraba el modo de
pensar con claridad. Deseaba la sangre de mis enemigos, pero sabía muy bien que
mi rabia haría que también se derramara la de los míos.
Ese día cogí el coche y deambulé sin rumbo, sin tiempo. No
me importaba donde comenzaba y terminaba la carretera; probablemente porque lo
único que quería era desaparecer, huir bien lejos de mí.
Pero atardeció y caí en la cuenta que llevaba cerca de una
hora parado frente a un edificio en viale dei Parioli. Lo que fuera a buscar
allí solo mi fuero interno lo sabía.
Esperé. Y después un poco más.
Hasta que apareció él y me miró.
Todo mi cuerpo estalló en un fuerte escalofrío y recordé la
noche en que imaginé que Eric me acariciaba. Por un instante, volví a cerrar
los ojos y a sentir un reflejo de aquel sombrío placer.
Dejé escapar el aliento conforme Eric se acercaba a mi
ventanilla. Torció el gesto y me miró exasperado. Estaba pálido y sus ojos algo
enrojecidos. ¿Acaso había llorado?
—¿No eras tú quien decía que me alejara de ti? —El modo
bronco en que habló, me encendió de la peor manera.
Podría haberle empujado, quizás insultado y haber salido de
allí a toda velocidad, pero la extraña fragilidad que mostraba en ese momento
me detuvo.
Su ambigüedad me estaba volviendo loco. No soportaba que
fuera tan dulce y al tiempo tan condenadamente erótico. Tragué saliva y, una
vez más, apreté los dientes.
Eric se dio cuenta del gesto, observándolo con toda la
atención y olvidándose de mantener sus defensas. Pude darme cuenta de la
encrucijada en la que se encontraba. Él también tenía sus demonios.
—Ahora soy yo quien quiere que te vayas. —Me lo habría
creído si no hubiera mirado mi boca.
Debería haber obedecido, como él había hecho con
anterioridad, pero no pude. Yo no era ese chico indulgente de diecisiete años.
Bajé del coche. Eric introdujo la llave en la cerradura del
portal. No se daba cuenta de que me acercaba a él, enfurecido. Y yo tampoco me
di cuenta de hasta donde llegaba esa furia hasta le arrastré dentro.
Cerré la puerta de un golpe y le empujé contra la pared.
Eric se permitió desconcierto, pero luchó por disimularlo. Al menos hasta que
me miró a los ojos. Sus pupilas titilaron y adquirieron un extraño brillo.
Rodeé su cuello con una mano mientras la otra le apresaba el
antebrazo. El gesto le obligó a echar la cabeza hacia atrás, pero Eric cerró
los ojos y yo me acerqué a él. Acaricié su barbilla y la curva de su labio
inferior con la punta de mi nariz.
—Me provocas y no te conviene —gemí encargándome de
arrinconar su pelvis con la mía.
—¿Por qué? —jadeó dejando que su cuerpo lentamente se
abandonara a mis intenciones. Fueran cuales fueran.
Que no le importara lo que pudiera hacerle, el daño que
pudiera proporcionarle, me entregó una sensación tan corrosiva como fascinante.
Giré su cuerpo en un movimiento brusco y volví a empujarle
contra la pared. Con la misma violencia que la maniobra anterior, apoyé mi
pecho contra su espalda enloquecido con la idea de que él sintiera mi
excitación completamente pegada a sus caderas. Pero, lejos de asustarse, Eric
se estremeció al tiempo en que dejaba que su cabeza descansara en mi hombro.
Mordí el lóbulo de su oreja con suavidad.
—¿Es eso lo quieres? —Me hice más fuerte, me propuse que mi
cercanía le dejara sin aliento. Desabroché su cinturón—. ¿Quieres convertirme
en esta clase de monstruo? —mascullé entre dientes. Tenía el centro de su
cuerpo a solo unos centímetros de mis dedos.
Si Eric respondía con una afirmación, destrozaría una parte
de mí.
Rogué que se negara, que me empujara lejos de él y terminara
con aquel desvarío. Era un simple capricho de mis perversiones, no quería que
Eric formara parte de ellas.
<<Di que no, por favor…>>
—Sí… —murmuró entrecortado mientras una de sus manos rodeaba
mi muslo, invitándome a continuar.
<<Maldita sea…>>
—No me hagas esto, Eric… —susurré sobre su cuello, dejándome
devorar por lo que me hacía sentir. Su piel acarició mis labios excitándome con
crueldad. No pude evitar el latigazo de deseo que me sobrevino ni tampoco la
presión que hice sobre su cuerpo—. No te enamores de alguien como yo.
—Deja que eso lo decida yo, Diego. —Estaba loco… Y yo mucho
más.
Estrujé la tela de la cintura de su pantalón y tiré de ella.
Eric gimió agitado y me trastornó pensar que podía hacerlo mío en ese
instante. No era el único excitado allí.
Me aparté de un salto, negando con la cabeza y sintiendo
como mis ojos se dilataban. Había estado al borde de exponer a aquel chico sin
importarme hacer que sus heridas fueran un poco más grandes.
—No… —resoplé sin aliento antes de salir de allí.
Tardé unos segundos en subirme al coche y unos pocos más en
arrancar. Pero no me fui sin antes volver a mirarle.
A Eric le temblaron las piernas antes de flaquear y arrodillarse
en el suelo. Respiraba agitado y no le importó hacerme saber cuan implicado
estaba conmigo en cuanto me regaló aquella espectacular mirada.
Aceleré.
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